Otra línea
importante del AT es la del futuro triunfo político de Israel. La nueva
Jerusalén había de ser infinitamente más gloriosa que la antigua Gr 31,6-10; Ez
48,30-35; Is 44,26-28; 49,14-19; 51,17-52,2; 52,8-10; 54; 69; 61,10-11, etc.).
El nuevo templo sería el centro del mundo (Is 2,2-4; Miq 4,1-3; Sof 3,14-18; Ez
40-44; 47,1-12; Is 60,6-8; 61,6; Ag 2,7-9; Zac 14,16-21). El imperio del pueblo
de Dios llegaría a los confines de la tierra (Is 54,3; 60,10-17; Miq 7,11-12; Zac
9,10; Dn 7,27; cE. Sal 72,8-11; 2,8). Las últimas «guerras de Yahvé» habían
de llevar al triunfo, conducidas por él mismo o por su Mesías (Is 54,15-17; 63,1-6;
Ez 38-39; Sal 2,1-4; 110,2.5-7).
Tampoco
esta línea, basada en gran parte en una ideología de nacionalismo exclusivista y
en el desprecio de los paganos, es válida para el NT. Jesús predice la
destrucción del templo y de la ciudad (Mc 13,2 par.), y el universalismo de su
mensaje excluye toda hegemonía de un pueblo.
Puede
concluirse que los escritores del Nuevo Testamento encuentran en el Antiguo
diferentes caminos abiertos; según lo que han visto en Jesús, continúan unos y cierran
otros.
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