También
en contexto de polémica, pero de manera más profunda, define Pablo el
significado de la Ley antigua, que considera completamente superada. Para él, la Ley correspondía a una etapa
infantil de la humanidad: ella fue «la niñera», cuyo papel ha cesado (Gál 3,24-25).
No sólo eso: fue «la carcelera», que, con sus prescripciones, impedía la
libertad (ibid., 3,23). La moral heterónoma de la Ley no permitía el desarrollo
del hombre. Por eso la llama «lo elemental del mundo» (ibid., 4,3.9), es
decir, los rudimentos de la humanidad, en paralelo con otras prácticas que
intentaban imponer determinados sistemas de vida (cf. Col 2,8.20).
En la
carta a los Romanos da Pablo juicios muy duros contra la Ley: ella daba la
conciencia del pecado (Rom 3,20; 7,7) y lo hacía proliferar (5,20), causando la
reprobación de Dios (4,15). Aunque era buena en sí (7,12-16), resultaba impracticable
(7,23) por la mala inclinación del hombre (7,19-24; cf. 3,27; 4,2; Flp 3,4-6).
El
Mesías fue el fin de la Ley (Rom 10,4), y si el cristiano pretende hacer de la
Ley medio de salvación, está declarando inútil la muerte deJesús (Gá12,21) y carga con una maldición (ibid., 3,10.13). La Ley era una esclavitud (ibid., 5,1) y hay que
morir a ella para vivir para Cristo (Rom 7,4; Gál 2,19). No puede estar más clara
la derogación de la Ley: no sólo no es válida para los cristianos, sino que su
observancia sería una traición al mensaje y a la obra de Jesús.
Pablo
es muy severo con la Ley de la antigua alianza, a la que llama «agente de
muerte, letras grabadas en piedra» (2 Cor 3,7), oponiéndola al Espíritu; la
Ley era «agente de la condena» (3,9), «lo caduco» frente a «lo permanente» (3,11).
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