La relativización del AT es en Juan
muy decidida y radical. El texto clave se encuentra en 1,18: «A la divinidad
nadie la ha visto nunca; un Hijo único, Dios, el que está de cara al Padre él ha
sido la explicación». Con estas palabras, Juan pone En cuarentena toda la revelación
contenida en el AT: ni sus personajes más eminentes, Abrahán, Moisés o Isaías, tuvieron
un conocimiento inmediato, una experiencia de Dios que reflejase plenamente la
realidad divina. Las ideas sobre Dios propuestas antes de la venida de Jesús eran,
al menos, parciales y, a veces, falsas. En consecuencia, todo concepto de Dios ha
de ser revisado mediante el conocimiento de la vida, actividad y muerte de Jesús (14). El evangelista repite esta idea en otras
ocasiones, poniendo en boca de Jesús el dicho: «El que me ve a mí está viendo
al Padre» (12,45; 14,9). Para él no hay verdadero conocimiento del Padre que no
proceda del conocimiento de Jesús.
Juan
expone el mismo principio en otro texto que, por su contenido, puede
considerarse paralelo de la escena de la transfiguración encontrada en los
sinópticos. Se trata de la perícopa 3,31-36, que empieza así: «El que viene de
arriba está por encima de todos». Este dicho contrapone a Jesús no sólo con
Juan Bautista, mencionado en la perícopa anterior, sino con «todos», es decir, con
todos los enviados de Dios anteriores a Jesús. Juan Bautista ha afirmado la
superioridad de Jesús sobre él mismo (3,29s); la afirmación se extiende ahora a
toda la serie de profetas, comenzando por Moisés, su prototipo (Dt 18,15.17-18).
Continúa
el texto: «El que es de la tierra, de la tierra es y desde la tierra habla». Después
del principio general instaurada anteriormente, se establece la oposición entre
el que es de la tierra y el que viene del cielo. «Ser de la tierra» no significa
no haber tenido encargo divino, pues tanto Moisés como Juan Bautista lo
tuvieron (Ex 3,10; Jn 1,6), y de modo parecido los demás profetas (Is 6,8; Jr 7,4-10),
sino la provisionalidad de ese encargo, lo incompleto de su mensaje, limitado
por un horizonte terreno (“desde la tierra habla”); connota la ausencia de
conocimiento inmediato de Dios que caracterizaba la época anterior a Jesús
(1,18).
«El
que viene del cielo, de lo que ha visto personalmente y ha oído, de eso da
testimonio». Se subraya el contraste con Moisés; éste era sólo el mediador de
la alianza, que hablaba de oídas (Ex 33,19; 34,6s), porque no pudo ver la
gloria de Dios, su rostro (Ex 33,18-23). Jesús, por el contrario, «está de cara
al Padre» (1,18). Por eso no «habla» como Moisés, sino que «da testimonio» de su
propia experiencia. Sólo Jesús puede comunicar lo que ha visto personalmente y oído,
expresar el ser de Dios y formular su designio (3,11). La manifestación de Dios
que en él tiene lugar sobresee todas las anteriores. La «Palabra» única y
definitiva anula «las diez palabras» (el decálogo); el proyecto de hombre que
la Palabra revela deja pequeños todos los ideales morales de la antigua Ley (15).
(14) Véase J. Mareos . J. Barreto, El
Evangelio de Juan, Madrid 21982, 78·80.
(15) lbid., 215-221.
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