Otras veces,
para exhortar a los cristianos, aplica un sentido tipológico a personajes del
AT o a ciertos acontecimientos de la historia de Israel. Así, Adán fue figura del
que había de venir (Rom 5,14; d. 1 Cor 15,45-49). En 1 Cor 10,1-13 pone en
paralelo el bautismo cristiano con el paso del mar Rojo, que Pablo considera un
«bautismo que vinculaba a Moisés»; llama al maná una comida «profética»; al
agua que brotó de la roca en el desierto, una «bebida profética», y a la roca
misma, una «roca profética», porque significaba a Cristo. En Gál 4,22-30
construye sobre Agar y Sara y sus respectivos hijos, Ismael e Isaac, una
alegoría de las dos alianzas, representadas a su vez por dos ciudades: la
Jerusalén terrestre, esclava, y la Jerusalén celeste, libre. Estamos de nuevo
en el terreno de la polémica antijudaizante.
De este
modo, Pablo, antiguo fariseo y docto en la Escritura, utiliza para argumentar
contra sus adversarios la tradición escrita de Israel y los procedimientos
rabínicos. Por su formación, tenía a mano un copioso material escriturístico y gran habilidad dialéctica, según los métodos de las escuelas judías, y los utilizó siempre que los necesitaba. Hizo teología basándose en su
tradición cultural. Para los cristianos de hoy, sus conclusiones teológicas
valen más que sus argumentaciones.
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