En Marcos, la escena de la
transfiguración está colocada en el contexto de la declaración mesiánica de
Pedro en nombre del grupo de discípulos. La declaración no fue satisfactoria, pues
al decir «Tú eres el Mesías» (8,30), Pedro identificaba a Jesús con el Mesías
de la expectación popular, el Mesías nacionalista guerrero y victorioso, cuyo
modelo era David.
De ahí que, a continuación, Pedro
se opusiera violentamente a la enseñanza de Jesús sobre el rechazo y los padecimientos
del Hombre (el Hijo del hombre), estimando que tal muerte equivaldría al fracaso
del ideal mesiánico que él alimentaba. Jesús lo increpó a su vez llamándolo
«Satanás» (8,31-33).
En este callejón sin salida,
Jesús reafirma su mensaje, exponiendo a los dos grupos de su comunidad, «los
discípulos» (seguidores procedentes del judaísmo) y «la multitud» (seguidores
que no proceden de él), las dos condiciones del seguimiento: «renegar de sí
mismo» (renunciar a toda ambición) y «cargar con su cruz» (aceptar la hostilidad
de la sociedad, que puede llegar hasta infligir la muerte).
Para facilitar a los
discípulos la aceptación de ese mensaje, Jesús toma consigo a los tres más
recalcitrantes, Pedro, Santiago y Juan, a los que había impuesto un sobrenombre
descriptivo (“Piedra”, el obstinado; «Truenos», los autoritarios), y les
manifiesta el glorioso estado final del Hombre que ha dado su vida por la salvación
de la humanidad. Es la transfiguración (Mc 9,2-8).
Pero en esta escena aparecen
otros dos personajes, Moisés y Elías, representantes de la Ley y los Profetas, las
dos grandes secciones en que solía dividirse el Antiguo Testamento. Estos dos
personajes «estaban conversando con Jesús». Con esta frase da el evangelista el criterio que marca la relación entre los dos
Testamentos.
En efecto, en el AT, el
verbo «conversar» se dice de Moisés solamente en una ocasión, cuando en el
desierto entraba en la tienda para recibir instrucciones de Dios (Ex 34,35).
En la escena de la transfiguración, Jesús toma el puesto de Dios y da instrucciones no sólo a Moisés (la Ley), sino también a Elías (los profetas). Es decir, el AT (= Ley y Profetas) ya no es palabra definitiva ni tiene valor por sí mismo, sino que la persona de Jesús, que da su vida por amor a los hombres, es la que da la pauta para su lectura: lo que en el AT coincida con lo que es Jesús, con su modo de actuar en su vida y muerte, es válido; lo que no coincida pierde su valor, por haber caducado o por haber sido proyección humana sobre Dios. Por eso, el mensaje de Moisés y Elías no puede ya oponerse al mensaje de Jesús, el Mesías. Todo el AT estaba en función de Jesús, el Hombre-Dios, era un tanteo hacia esa plenitud, y con ese criterio ha de ser valorado.
Moisés y Elías no aparecen
transfigurados, es decir, no están colocados en la esfera divina; representan a
la Escritura tal como se lee en la tierra, donde Moisés es presentado como el
liberador del pueblo mediante un éxodo que causa la destrucción de los
enemigos, y Elías como el reformador por la violencia.
Jesús, por tanto, no está
subordinado a la Escritura del AT, sino que esa Escritura está subordinada a él.
No hay que partir del AT para entender el mesianismo de Jesús, sino de él para
juzgar la concepción mesiánica del AT.
Esta relación queda confirmada
por la voz del Padre. Ante la propuesta de Pedro de construir tres tiendas, una
para Jesús, una para Moisés y una para Elías, poniendo en pie de igualdad a Jesús
con los dos personajes más eminentes del AT y queriendo integrar a pesar de
todo el mesianismo de Jesús en las antiguas categorías, la voz de la nube
advierte: «Este es mi Hijo, el amado: escuchadlo». La voz de Jesús, quien por
ser el Hijo se coloca en una esfera superior a la de Moisés y Elías, es la
única que el Padre avala y que debe ser escuchada; todo lo anterior queda relativizado.
La revelación no estaba completa en el AT, Dios sigue activo; y es Jesús, el
Hijo, quien propone lo que es de Dios; él toma el lugar de los antiguos
mediadores y los hace superfluos (7).
La escena de la
transfiguración deja ver, por tanto, que hay concepciones del AT que no pueden
conciliarse con la realidad de Jesús. Se puede recorrer el texto de Marcos para
descubrir cuáles son en concreto los temas o líneas del AT que el evangelista
considera válidas y cuáles considera inválidas.
(7) 7 Véase J. Mateos . F. Camacho,
Evangelios, figuras y símbolos, Córdoba 1989,218-223.
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