Un tema que está en relación con el
Dios dador de vida es el del «reino o reinado de Dios», modo teológico de expresar
«la tierra prometida». Este reinado, que era una expectativa secular de Israel,
será realizado por el Mesías, Jesús, pero cambiándolo de clave.
En la concepción judía, el reino de
Dios estaba destinado a Israel, constituyendo la sociedad justa y definitiva, bajo
el reinado del Mesías, lugarteniente de Dios. La situación de los paganos en
ese futuro, aunque diversamente interpretada, no sería nunca la de igualdad con
el pueblo elegido.
Jesús cambia el enfoque del tema.
En primer lugar, la idea de pueblo elegido, que era considerada por los judíos
como una situación de privilegio dentro de la humanidad, Jesús la reinterpreta: no era un privilegio que pudiera dar pie para humillar a los
otros pueblos, sino una misión histórica con el propósito de atraerlos. En
efecto, el templo de Jerusalén debía haber sido la casa de oración para todas las naciones (11 ,17); es decir, el
ejemplo de una sociedad judía justa en medio de la injusticia de las sociedades
paganas debía haber atraído a éstas al conocimiento del verdadero Dios. Por el contrario la injusticia que
reinaba en Israel (11,12-14: la higuera sin fruto; 12,1-9: la viña), hizo
fracasar ese proyecto divino.
Jesús, que constituye el nuevo Israel,
invierte ahora el sentido de su misión: de centrípeta, como había sido concebida
en el AT (cf. Is 2,2-5), pasa a ser centrífuga: el nuevo Israel ha de ponerse
activamente al servicio de la humanidad entera (3,14-15; 6,7-13). Esto supone
la universalidad del reinado de Dios y la igualdad de todos los pueblos.
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