Hay otras
líneas en el AT que no perduran en el Nuevo.
En
efecto, acabamos de esbozar la figura del Dios que se expresó en el Código de
la Alianza, misericordioso, tierno y liberador, el que actúa por amor y espera
respuesta de amor; el que salva al que sufre, venga al oprimido y defiende los derechos
del pobre, el Dios cercano que crea igualdad, que dio al pueblo judío la responsabilidad
histórica de crear una sociedad justa que atrajera a los pueblos paganos y los
llevase al conocimiento del verdadero Dios; se accede a él practicando la
justicia y el amor, concede el perdón al que cambia de vida, se revela en la
historia e interpela por medio de los profetas, detesta la iniquidad, la
injusticia contra él (idolatría) y contra el prójimo (violencia), acompaña al
pueblo en su camino (Tienda). Se acerca al pecador y al enfermo para salvarlos.
Pero
frente a esta concepción de Dios existe otra en el AT, la que se refleja en el Código
de la Pureza (Lv 17-25).
Es el Dios Santo y Terrible, celoso de sus derechos, que desata su cólera contra el impuro y provoca una respuesta de temor; es el Dios que castiga y se venga (juicio); es el Dios lejano, que elige al pueblo para que le dé culto, convirtiendo la elección en un privilegio; el culto tiene por objeto desagraviar a Dios; el perdón se concede por los sacrificios de víctimas, sin referencia a la injusticia; el templo es la morada estática de Dios: ya no acompaña él al pueblo, éste tiene que desplazarse para encontrarlo a él. Se tiene acceso a él si se cumplen las condiciones de pureza, y se defiende de la impureza matando al impuro. Los bendecidos de Dios serán los «puros», lo que exige conocer bien la Ley. Dios aborrece a los «pecadores» y se aleja de ellos (23).
Esta
línea queda completamente eliminada de la perspectiva de Jesús, que toma clara
posición contra ella. Nunca en los evangelios exhorta a los suyos a «ser santos»,
y el único evangelista que menciona la «perfección», Mateo, lo hace solamente
para echar abajo el concepto de perfección farisea legalista. La perfección
cristiana consiste en parecerse al Padre del cielo con la práctica del amor a
todos, incluso a los enemigos (Mt 5,43-48).
La idea del Dios «Santo» que rechaza al
«impuro» y se distancia de él queda refutada en los evangelios en muchos episodios ya citados: el del leproso ante el que Jesús «se conmueve» y al que
toca, violando la Ley (Mc 1,41 par.); en el del centurión (Mt 8,5-18 par.),
donde Jesús se ofrece a entrar en casa de un pagano; en el de la mujer con
flujos y la hija de Jairo (Mc 5,21-6,la par.), en las instrucciones para la misión
(Me 6,7-13; Lc 9,1-6; 10,1-16), en la acogida a los «pecadores», en el reparto
de pan a los paganos (Mc 8,1-9 par.), en la comida en casa de Zaqueo (Lc 19,1-10),
etc., y, en Marcos y Mateo, en la enunciación del principio sobre lo que
impurifica al hombre (Mc 7,14-23; Mt 15,10-20; cf. Rom 14,17.20; 1 Cor 8,8).
(23) Cf.
C. Bravo, Jesús, hombre en conflicto, Santander 1986, 67s.
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