Nadie podrá negar el interés del
tema propuesto para esta conferencia, especialmente si se considera que bajo la
denominación «La Biblia» se unen en un volumen el Antiguo y el Nuevo
Testamento, poniéndolos prácticamente en paridad. Uno y otro se consideran
Escritura inspirada e, incluso en el uso litúrgico, al terminar cada lectura
del AT, por muy extraño o chocante que sea su contenido, se la saluda con la aclamación «Palabra de
Dios».
Esto causa cierta desorientación en
los cristianos, que a menudo se preguntan cómo es posible que se llame palabra de
Dios a episodios que, por su anacronismo o su crueldad, hieren la sensibilidad
de toda persona civilizada.
La aceptación de los libros del AT
como inspirados sin matización alguna se debió a la polémica con dos posturas que
existieron en la iglesia primitiva: una fue la de los que lo valoraban
excesivamente y otra, la de los que lo rechazaban de plano.
Los primeros, que concedían al AT
un valor absoluto, eran los grupos judaizantes de diversas tendencias, de los
que algunos aparecen ya en las cartas de Pablo; entre los posteriores pueden
mencionarse los Nazareos de Siria, que admitían, sin embargo, los escritos
paulinos, o los Ebionitas, que, por el contrario, veían en Pablo un apóstata.
Un documento que reflejó esta última tendencia fueron las Pseudoclementinas del
s. III, que llegaban a afirmar que Moisés había sido el profeta para los judíos
(el pueblo elegido) y Jesús el profeta para los paganos. De manera más o menos
radical, estos grupos daban mayor peso a la tradición de Israel que a la
novedad de Jesús y, en consecuencia, enseñaban que la observancia de la Ley
mosaica seguía siendo necesaria para la salvación (1).
Contra ellos, los autores
cristianos utilizaban los escritos del AT como fuente de argumentos para la
controversia; pero para fundar su argumentación, que puede llamarse ad hominem,
tenían que admitir la autoridad divina de la antigua Escritura. Así aparece
en las cartas a los Gálatas y a los Hebreos o, en el s. II, en la carta del
pseudo-Bernabé. Comienza entonces, en fuerza de la argumentación, la
interpretación alegórica del AT, continuada más tarde por Clemente de Alejandría
y Orígenes. La consecuencia fue que en esta polémica antijudía o antijudaizante
se fue devaluando la «letra» de la Ley, en beneficio de un «espíritu» a veces
muy alejado de ella.
También los apologetas, en
particular Justino (entre 150 y 161), utilizaron el AT sosteniendo su autoridad
divina, pues en sus argumentaciones pusieron el énfasis en el cumplimiento de
las antiguas profecías en la persona de Jesús o en las prefiguraciones
contenidas en el AT de su vida y muerte (2).
La otra tendencia contra la que
tuvieron que reaccionar los autores ortodoxos fueron los gnósticos, que
rechazaban de plano el A T. La gnosis profesaba una filosofía dualista, que fue
utilizada para oponer los dos testamentos. El demiurgo, autor y organizador de
la creación material, fue identificado por ellos con el Dios creador de los
judíos, autor del AT y de la Ley; dado que, según ellos, la materia era mala,
también el demiurgo era un ser malvado y mala era la Ley que de él procedió. Uno
de los principales gnósticos que descartaron por completo el AT fue Marción,
combatido por Tertuliano.
La polémica impidió el análisis
sereno. De hecho, la obra de Ireneo, Tertuliano, Hipólito o Epifanio, que
combatieron las tendencias gnósticas, fue una controversia más que una reflexión sobre el problema del AT (3). No se admitieron distinciones; el AT
fue defendido en bloque y considerado como un conjunto de libros inspirados.
En resumen: Las dos posturas
extremas de la época, la de los judaizantes, que daban preferencia al AT sobre
Jesús, y la de los gnósticos, que desacreditaban enteramente el AT, llevaron a polémicas, que, por una razón o por otra, obligaban a admitir la
antigua Escritura como revelación divina, sin distinguir los diversos
componentes que la integraban ni examinarlos a la luz de la figura de Jesús. .
No han faltado autores modernos que
se han acercado al problema. Hay que citar en particular la obra de Pierre Grelot
Sens chrétien de l'Ancien Testament, Tournai 1962, que se propuso hacer
una teología de la relación entre los dos testamentos o, más bien, del valor del
AT para los cristianos.
Según él, más allá de las
diferencias de detalle, a veces muy perceptibles, los principios fundamentales
del NT respecto al antiguo pueden reducirse a tres: 1) el principio de cumplimiento; 2) el de superación; 3) el de prefiguración (4).
La obra es ciertamente valiosa,
pero pueden hacérsele dos objeciones: en primer lugar, el modo de plantear la
cuestión, partiendo del principio de que todo el AT, salvo algunos puntos muy
particulares (5), puede tener un sentido para el cristiano; en segundo lugar,
el hecho de tomar el Nuevo Testamento prácticamente en bloque, sin analizar
detenidamente la postura de cada autor, en particular de los evangelistas. Esto
hace que sus conclusiones sean emasiado globales y no consigan despejar muchas
dudas.
En efecto, en los escritos del
Antiguo Testamento existen contenidos de valor religioso muy desigual,
expuestos, además, en obras de muy diversos géneros literarios, desde la crónica
precisa (sucesión de David) hasta la ficción didáctica (libros de Jonás, Tobías,
el episodio de los tres jóvenes en el horno); entre estos extremos se dan la
epopeya religiosa (paso del mar Rojo), el relato ejemplar (sacrificio de
Abrahán, historia de José) o la leyenda prehistórica (diluvio), y no es ya lícito,
para sortear las dificultades, interpretarlos, como se hacía en otro tiempo, en
sentido meramente alegórico (6).
También los escritos del Nuevo
Testamento, aunque tienen una línea común, la fe en Jesús como Hijo de Dios y Salvador,
difieren unos de otros y no puede decirse que presenten una misma teología ni,
por tanto, un mismo modo de utilizar el Antiguo Testamento.
Por eso, nos parece que el método
más claro y eficaz para afrontar el problema consiste en examinar la postura
que adoptan los principales autores de los escritos del Nuevo Testamento ante
los libros del Antiguo, para ver si los usan indiscriminadamente o si, por el
contrario, distinguen, aceptando o rechazando, entre los diversos temas o
líneas que éstos presentan. Según lo que ellos, a la luz del mensaje de Jesús, hayan
hecho, podremos alcanzar una idea de cómo veían la relación entre los dos
testamentos o, lo que es lo mismo, qué validez o vigencia puede tener el
antiguo para los cristianos.
Siguiendo este método, nos
detendremos en primer lugar en los cuatro evangelios, empezando por los
sinóptico s y siguiendo por Juan. A continuación se examinarán brevemente los
escritos paulinos.
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" Conferencia pronunciada en la
Cátedra de Teología Contemporánea, Colegio Mayor Chaminade (Madrid), en abril de
1990.
(1)
Cf. P. Grelot, Sens chrétien
de l'Ancien Testament, Tournai 1962, 30-31.
(2)
Ibid.,
31-32
(3)
Ibid., 35.
(4)
Ibid., 16.
(5)
Grelot, ibid., 188, exceptúa
la circuncisión, rito de agregación social, algunos viejos tabúes y el código de pureza, que pretendían distinguir a Israel de los pueblos vecinos; pero los considera de derecho positivo divino.
(6)
Ibid., 303.
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