sábado, 1 de marzo de 2014

VIGENCIA DEL AT EN EL CRISTIANISMO. INTRODUCCIÓN.



Nadie podrá negar el interés del tema propuesto para esta conferencia, especialmente si se considera que bajo la denominación «La Biblia» se unen en un volumen el Antiguo y el Nuevo Testamento, poniéndolos prácticamente en paridad. Uno y otro se consideran Escritura inspirada e, incluso en el uso litúrgico, al terminar cada lectura del AT, por muy extraño o chocante que sea su contenido, se la saluda con la aclamación «Palabra de Dios». 

Esto causa cierta desorientación en los cristianos, que a menudo se preguntan cómo es posible que se llame palabra de Dios a episodios que, por su anacronismo o su crueldad, hieren la sensibilidad de toda persona civilizada. 

La aceptación de los libros del AT como inspirados sin matización alguna se debió a la polémica con dos posturas que existieron en la iglesia primitiva: una fue la de los que lo valoraban excesivamente y otra, la de los que lo rechazaban de plano. 

Los primeros, que concedían al AT un valor absoluto, eran los grupos judaizantes de diversas tendencias, de los que algunos aparecen ya en las cartas de Pablo; entre los posteriores pueden mencionarse los Nazareos de Siria, que admitían, sin embargo, los escritos paulinos, o los Ebionitas, que, por el contrario, veían en Pablo un apóstata. Un documento que reflejó esta última tendencia fueron las Pseudoclementinas del s. III, que llegaban a afirmar que Moisés había sido el profeta para los judíos (el pueblo elegido) y Jesús el profeta para los paganos. De manera más o menos radical, estos grupos daban mayor peso a la tradición de Israel que a la novedad de Jesús y, en consecuencia, enseñaban que la observancia de la Ley mosaica seguía siendo necesaria para la salvación (1). 

Contra ellos, los autores cristianos utilizaban los escritos del AT como fuente de argumentos para la controversia; pero para fundar su argumentación, que puede llamarse ad hominem, tenían que admitir la autoridad divina de la antigua Escritura. Así aparece en las cartas a los Gálatas y a los Hebreos o, en el s. II, en la carta del pseudo-Bernabé. Comienza entonces, en fuerza de la argumentación, la interpretación alegórica del AT, continuada más tarde por Clemente de Alejandría y Orígenes. La consecuencia fue que en esta polémica antijudía o antijudaizante se fue devaluando la «letra» de la Ley, en beneficio de un «espíritu» a veces muy alejado de ella. 

También los apologetas, en particular Justino (entre 150 y 161), utilizaron el AT sosteniendo su autoridad divina, pues en sus argumentaciones pusieron el énfasis en el cumplimiento de las antiguas profecías en la persona de Jesús o en las prefiguraciones contenidas en el AT de su vida y muerte (2). 

La otra tendencia contra la que tuvieron que reaccionar los autores ortodoxos fueron los gnósticos, que rechazaban de plano el A T. La gnosis profesaba una filosofía dualista, que fue utilizada para oponer los dos testamentos. El demiurgo, autor y organizador de la creación material, fue identificado por ellos con el Dios creador de los judíos, autor del AT y de la Ley; dado que, según ellos, la materia era mala, también el demiurgo era un ser malvado y mala era la Ley que de él procedió. Uno de los principales gnósticos que descartaron por completo el AT fue Marción, combatido por Tertuliano. 

La polémica impidió el análisis sereno. De hecho, la obra de Ireneo, Tertuliano, Hipólito o Epifanio, que combatieron las tendencias gnósticas, fue una controversia más que una reflexión sobre el problema del AT (3). No se admitieron distinciones; el AT fue defendido en bloque y considerado como un conjunto de libros inspirados. 

En resumen: Las dos posturas extremas de la época, la de los judaizantes, que daban preferencia al AT sobre Jesús, y la de los gnósticos, que desacreditaban enteramente el AT, llevaron a polémicas, que, por una razón o por otra, obligaban a admitir la antigua Escritura como revelación divina, sin distinguir los diversos componentes que la integraban ni examinarlos a la luz de la figura de Jesús.      

No han faltado autores modernos que se han acercado al problema. Hay que citar en particular la obra de Pierre Grelot Sens chrétien de l'Ancien Testament, Tournai 1962, que se propuso hacer una teología de la relación entre los dos testamentos o, más bien, del valor del AT para los cristianos. 

Según él, más allá de las diferencias de detalle, a veces muy perceptibles, los principios fundamentales del NT respecto al antiguo pueden reducirse a tres: 1) el principio de cumplimiento; 2) el de superación; 3) el de prefiguración (4). 

La obra es ciertamente valiosa, pero pueden hacérsele dos objeciones: en primer lugar, el modo de plantear la cuestión, partiendo del principio de que todo el AT, salvo algunos puntos muy particulares (5), puede tener un sentido para el cristiano; en segundo lugar, el hecho de tomar el Nuevo Testamento prácticamente en bloque, sin analizar detenidamente la postura de cada autor, en particular de los evangelistas. Esto hace que sus conclusiones sean emasiado globales y no consigan despejar muchas dudas. 

En efecto, en los escritos del Antiguo Testamento existen contenidos de valor religioso muy desigual, expuestos, además, en obras de muy diversos géneros literarios, desde la crónica precisa (sucesión de David) hasta la ficción didáctica (libros de Jonás, Tobías, el episodio de los tres jóvenes en el horno); entre estos extremos se dan la epopeya religiosa (paso del mar Rojo), el relato ejemplar (sacrificio de Abrahán, historia de José) o la leyenda prehistórica (diluvio), y no es ya lícito, para sortear las dificultades, interpretarlos, como se hacía en otro tiempo, en sentido meramente alegórico (6). 

También los escritos del Nuevo Testamento, aunque tienen una línea común, la fe en Jesús como Hijo de Dios y Salvador, difieren unos de otros y no puede decirse que presenten una misma teología ni, por tanto, un mismo modo de utilizar el Antiguo Testamento. 

Por eso, nos parece que el método más claro y eficaz para afrontar el problema consiste en examinar la postura que adoptan los principales autores de los escritos del Nuevo Testamento ante los libros del Antiguo, para ver si los usan indiscriminadamente o si, por el contrario, distinguen, aceptando o rechazando, entre los diversos temas o líneas que éstos presentan. Según lo que ellos, a la luz del mensaje de Jesús, hayan hecho, podremos alcanzar una idea de cómo veían la relación entre los dos testamentos o, lo que es lo mismo, qué validez o vigencia puede tener el antiguo para los cristianos.

Siguiendo este método, nos detendremos en primer lugar en los cuatro evangelios, empezando por los sinóptico s y siguiendo por Juan. A continuación se examinarán brevemente los escritos paulinos.
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" Conferencia pronunciada en la Cátedra de Teología Contemporánea, Colegio Mayor Chaminade (Madrid), en abril de 1990. 

(1)     Cf. P. Grelot, Sens chrétien de l'Ancien Testament, Tournai 1962, 30-31. 

(2)     Ibid., 31-32

(3)     Ibid., 35.

(4)     Ibid., 16.
 
(5)    Grelot, ibid., 188, exceptúa la circuncisión, rito de agregación social, algunos viejos tabúes y el código de pureza, que pretendían distinguir a Israel de los pueblos vecinos; pero los considera de derecho positivo divino. 

(6)    Ibid., 303.

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