El fin
del culto antiguo, incapaz de procurar al hombre una verdadera relación con
Dios, se expone en la carta a los Hebreos. El culto pretendía expresar el
homenaje de los hombres a Dios y asegurar el contacto de Dios con los hombres, pero
no obtenía ninguno de los dos fines. Aquel culto no agradaba a Dios (Heb 10,5-7,
citando Sal 40,7-9), tampoco purificaba a los hombres de los pecados (Heb
10,1-4) ni conseguía transformarlos (7,19). Con la salvación que efectuó, Jesús
abolió el culto antiguo (10,9) poniendo de manifiesto su ineficacia e
inutilidad (7,18). El culto levítico era una «sombra» (8,5; 10,1), a la que sucede
la realidad (10,1; cf. Col 2,17). Esta imagen subraya la imperfección del
antiguo culto y su superación definitiva.
No hace
falta insistir. Los escritos paulinos, y lo mismo podría decirse del resto de
las cartas y del Apocalipsis, reflejan, de modo más o menos explícito, la misma
posición ante el Antiguo Testamento que se ha encontrado en los evangelios.
A veces se dan juicios globales positivos sobre el valor didáctico o consolatorio del AT (cf. Rom 15,4: «Es un hecho que todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra»), que deben ser entendidos a la luz del uso que de él hace el autor a lo largo del escrito.
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